Articulo publicado el 11 de diciembre de 2014 en el Adelantado de Segovia.
Hace ya algunos años, en los fines de semana de otoño a primavera en los que el rio era navegable, mi amigo Enrique, su padre y yo descendíamos en piragua el Eresma. Recuerdo perfectamente la emoción adolescente de enfrentarnos a lo desconocido, de descubrir nuevos rápidos, enfrentándonos en cada descenso a una nueva aventura. El corazón bombeando fuertemente, el agua fría salpicando en tu cara, la sangre retumbando en tus sienes, la adrenalina inundando tu torrente sanguíneo haciéndote más fuerte y más rápido para tomar buenas decisiones que te permitan, elegir la trazada perfecta que nos muestre como surcar la principal lengua de agua, aquella que nos aleja de las ramas, piedras, rebufos y demás peligros ocultos que el rio esconde.
Aquel día nos enfrentábamos por primera vez a los rápidos que se encuentran situados justo antes del barrio de San Lorenzo, (Segovia, España) por la estrechez del rio en este lugar sabíamos que solo teníamos una oportunidad de pasarlos sin problemas, no podíamos cometer ningún error.
A pesar de la dificultad, Enrique y yo nos sentíamos confiados en navegarlos con éxito.
Enrique bajó primero y no tuvo problemas, era mi turno, con excitación y toda mi energía me lancé hacía la caída de agua, justo antes de entrar, la proa de mi piragua golpeó fuertemente contra una roca oculta, la embarcación giró 180º y entré de espaldas en el rápido, la reacción“normal” hubiera sido que me asustase mucho, pero algo sucedió dentro de mí, de pronto dejé de escuchar las instrucciones del padre de Enrique e incluso el sonido del rio, de alguna manera mi atención se sublimó y todo tenía sentido para mí, vi como el agua se movía a cámara lenta a mi alrededor y yo me encontraba calmado y sereno, no sé cómo ni porqué, pero sabía lo que tenía que hacer en cada momento y sin ninguna duda supe que lo conseguiría, clavé la pala, la piragua giró perfecta, pasé el rápido con éxito y todo mi mundo se aceleró golpeándome de nuevo el sonido y la velocidad.
Algo sucedió dentro de mí, de pronto dejé de escuchar las instrucciones del padre de Enrique e incluso el sonido del rio, de alguna manera mi atención se sublimó y todo tenía sentido para mí, vi como el agua se movía a cámara lenta a mi alrededor y yo me encontraba calmado y sereno
Pues bien esta experiencia que para mí fue un suceso excepcional, es algo que no lo es tanto, y que sucede a diario a miles de individuos en el ámbito del deporte, el trabajo, la danza, la música o en las más variadas actividades humanas, tanto es así que en 1990 Mihaly Csikszentmihalyi escribió “Flow, la psicología de la experiencia óptima” libro en el que analiza este tipo de experiencias e intenta dar con las claves que producen las mismas, así Csikszentmihalyi definió la personalidad autotélica que es la personalidad propensa a producir este tipo de experiencias con más asiduidad.
Los individuos con personalidad autotélica presentan como principal característica la motivación intrínseca, el objetivo principal de hacer una actividad está relacionado con el mero hecho de realizarla por el placer que les supone, suelen desarrollar actividades cada vez más complejas, enfrentándose a retos para desarrollar sus propias capacidades, suelen gustar de experimentar y tener nuevas experiencias, adicionalmente suelen estar menos preocupadas por su imagen de sí mismas y por ello tienen más energía psicologica para experimentar la vida y desarrollar la atención de forma concentrada.
¿Os Imagináis qué cambio sucedería en el mundo si en los entornos de trabajo se diesen las condiciones para que todos y cada uno de nosotros “fluyese” y alcanzase la excelencia en su trabajo?
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